"Lo malo no es que los sevillanos piensen que tiene la ciudad más bonita del mundo...lo peor es que puede que tengan hasta razón."

6 de septiembre de 2011

Una Historia de Amor...

Buscando por Internet me encontré esto, tenía que compartirlo ...


SEVILLA, UNA HISTORIA DE AMOR.

Quizás fuera entonces cuando el joven Alfonso tuvo sus primeros zapatos. Sus pies se lo agradecieron después de estar toda su vida o bien descalzo mientras regaba
en los campos de Jerez o bien con alpargatas. (Los esclavos no sólo fueron los de Alabama). Se lo dieron en el destacamento de Defensa Química, en el antiguo pabellón de Chile de la exposición universal de Sevilla de 1929.

Sevilla. Fue su primer viaje para hacer el servicio militar allá por los años 50.

Yo sé que Sevilla le impresionó, pero él venía sensible. Sensible por la miseria, el hambre, el trabajo... y por ella.

Llevaba tiempo rondando a una jovencita, María, que todos los días acudía a planchar a una tintorería en el centro de Jerez (la ropa que goza la mujer hermosa del terrateniente).

Por las tardes, le salía al encuentro por la calle Fontana. Se enamoró de ella y se convirtió en la niña de sus ojos.

Allí en Sevilla, era su pensamiento. Tanto, que aprendió a leer y escribir para poderle decir a María por carta ‘Te quiero’.

Cuando la mili terminó, pasados nueve años, se casó con María y la llevó a la ciudad enamorada.

Paseó con ella por el Marque de María Luisa, y se río viendo a su mujer, con las palomas comiendo albejones en sus labios. Pasearon por el Barrio de Santa Cruz y saborearon su primera cerveza fresquita, junto a los geométricos azulejos de la Cartuja. Se sintieron pequeños al v
er la Inmaculada de Murillo en el Museo sevillano. Subieron a la Giralda para admirar Sevilla desde las alturas, se quedaron boquiabiertos viendo la Catedral que hizo pensar que sus constructores estaban locos, y sus ojos se llenaron de dorado mirando juntos los reflejos de la Torre del Oro, sobre el Guadalquivir de Triana.

Sevilla. Alfonso se enamoró de ellas. De la ciudad y de María. Y María se dejó impregnar por aquél aroma único de las tardes de septiembre de Sevilla.

Pasaron los años y María, cada vez que tenía que hablar y surgía la ciudad mágica, enlentecía sus palabras para poder saborearlas: S e v i l l a. Y el brillo dorado volvía a sus ojos mientras Sevilla latía en el corazón.

Pasó el siglo y pasaron muchas cosas.

La última vez que volvió Alfonso a Sevilla fue el año pasado, 2008. Ya María no estaba con él, pero fue a llevar a su hija María también, pero María del Carmen, al Convento de Santa Angela de la Cruz, para ver si Sevilla, de nuevo, le salvaba.

No pudo ser. Sevilla no lo puede hacer todo. Pero si tiene algo. Algo que hace que yo, Alfonso, hijo de Alfonso, cada vez que puedo, hable de Sevilla.

Porque me gusta y porque es especial. Y no porque lo canten Los del Río. No. Es especial, porque Sevilla es una historia de amor. Y sin esa historia de amor, yo no existiría.

Sevilla.

***


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